Preboda con Javier y Elena, junto al mar
La tarde estaba gris, sí, pero la luz era una maravilla. De esas que no deslumbran, que no dan calor, que simplemente te dejan hacer lo que quieras sin preocuparte por nada más. Y eso hicimos: relajarnos, charlar y pasar un rato genial.
Javier y Elena tienen alma nómada, y podría haberme pasado horas escuchando todo lo que han vivido. Ciudades, mudanzas, nuevas etapas… Tienen una historia de esas que te engancha. Y lo mejor es que su boda va a ser el reencuentro de un montón de gente que viene desde todos los puntos del mapa. No sé por qué, pero eso siempre me emociona un poco.
Elena venía arrastrando una lesión en el pie, así que intentamos que todo fuera fácil para ella. Nada de maratones ni posturas imposibles, solo disfrutar sin forzar. Y aún con eso, no faltaron las risas. Porque si algo define a esta pareja es eso: lo mucho que se ríen. Y ahí conectamos enseguida. Cuando me encuentro con parejas así, todo fluye. Son de esas personas que dices: «qué gusto sería tenerlos de vecinos».
Y mientras hablábamos de la boda, me contaban los últimos detalles. Que será en el Palacio de Valdesoto, que Elena se va a maquillar y peinar con Suárez (gran elección), y que su vestido, atención, lo está confeccionando Jordi Dalmau. Yo solo digo que se viene sorpresita… y que estoy impaciente por verla.
¿Queréis ver cómo siguió todo esto? Pues pasaos por [aquí], que la boda fue otro nivel.